jueves, 27 de agosto de 2020

Cenizas

 Cuando me muera no quiero entierros. Deseo que mi cuerpo sea cremado para dejar más espacio libre en este mundo para que fluyan los pensamientos. Pero tambien quiero que mis cenizas no sean en vano. No permitiré ser abono de un árbol e intoxicar suelo vientos y aguas con ese polvillo que seré. Deseo que mis cenizas sean un bien estratégico, redituable, valioso y codiciado.


Por eso decidí - y de eso se enterarán en mi testamento - que los últimos días de mi vida consumiré todo tipo de sustancias ilegales: estupefacientes, drogas, duras, drogas blandas, drogas naturales, drogas sintéticas. Consumiré tanta pepa que el día que la guadaña de la muerte se abalance sobre mi cuerpo se quiebre en tres de lo duro que estaré.


Mis deudos me llorarán un rato y luego me llevarán al crematorio municipal para convertirme en una montañita gris y poderosa con la cual les salvaré su porvenir.


En efecto, mi cuerpo cenizo, atestado de todas esas sustancias consumidas en el ocaso de mi vida, será una nueva droga, la droga del hombre nuevo porque quien la aspire siquiera un poco hará más viajes astrales que el aprendiz de Don Juan.


Mi aspiración es a que mi cuerpo sea la droga más cara y codiciada por los adictos con plata la paguen lo suficientemente cara para que paguen por ella su patrimonio y su alma. Uno no es rico por el patrimonio que tenga sino por las almas que pueda ganar.


Pero como esas almas no me importan, quedémosnos en lo que ganen mis deudos con dealers de mis cenizas carísimas.


Mi aspiración es reencarnar en un plazo fijo a tasa real efectiva y sobreviviré en incontables intereses y en la felicidad de mis sucesores.


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