miércoles, 19 de agosto de 2020

EL PUEBLO

No sé si conocen la vida del pueblo. No es mi intención dar cátedra ni ostentar el galardón de maestro ciruela. Pero no creo que todos los sepan.

Allí todos se conocen con todos y casi no hay sorpresas. Hay trabajo duro que de tan duro legitima el goce de una buena siesta tan religiosa como una fiesta de etiqueta. 

Así los días siempre. Las cuadras largas, el cielo ancho y en breves lapsos un ruido a motor que se oye y se va por los caminos de tierra cada tanto, opacando el quejido de los teros. 

Un poco así es el pueblo.  Un mismo paisaje siempre, que de tan siempre es un lienzo en blanco que sus habitantes, de puros aburridos de la monotonía, colorean con sus personalidades cada día. Así es como surgen esos memorables personajes que quedan en la memoria colectiva y salpican con estallidos multicolores la historia de las pequeñas localidades.

Podrán pasar uno, dos cien, mil años y  podríamos ir y volver con una máquina del tiempo y encontraremos al pueblo idéntico a sí mismo. Los pequeños movimientos municipales serán tan imperceptibles como el movimiento de un caracol muero. La máxima altura será siempre el campanario de la parroquia y el club atlético no habrá hecho más tribunas que las de la fecha de su nacimiento.

Por eso no hay mucho que rescatar de los paisajes del pueblo. Pero distinta cosa debemos decir de quienes, tanto más o tanto menos, fueron esa pequeña patria con fronteras de hierba. 

De esas semblanzas trataremos


(continuará) 

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