Para. Lo cierro. Mejor no. Miro el cielo. Todavía caen gotas, pero
menos. O es el viento que sopla fuerte. Aún me mojo. Pero parece que
para. Mejor lo dejo abierto. Miro el cordón de la vereda. Si, aún
chispea. Mejor no lo cierro. Allá va uno que lo tiene abierto. Y
allá va otro que también. Pero enfrente vienen cinco que lo tienen
cerrado. Puta madre. ¿Qué hago? ¿Sigo bajo él o lo cierro? A ver
si siento el golpeteo en la tela. No oigo bien. Hay mucho tráfico.
Pero si, pareciera que oigo el tamborileo sobre la tela. Mejor mirar
a la gente. Pero es difícil. La mitad anda así nomás pero los
otros van guarecidos. El cielo está nublado y hay mucho viento. Si,
es el viento. Sopla tan fuerte que pareciera que es mucho, pero tal
vez esté parando y lo puedo cerrar, pero no estoy seguro. No se si
el agua viene del cielo o de una canaleta rota o de un árbol
sacudido y ahí la cosa cambia por que por ahí uno se siente como
Moisés pero ni ahí. El entorno no me da ninguna pauta de qué
hacer. Y sigo acá por las dudas y no tengo ganas de arriesgar. La
primavera es adolescente, llena de conflictos y todo lo contamina.
Tal vez si fuera pegado a la pared estarÍa más amparado de la
indecisión. Pero la experiencia me dijo que nada asegura la
indemnidad ni la sequía. Mejor seguir por acá. Veo gente correr. No
sé por qué la gente corre bajo la lluvia si igual se va a mojar y
se va a mojar más. Me parecen bastante pelotudos. Me doy cuenta que
ya estoy llegando. Es al pedo. Uno nunca sabe cuándo es el momento
justo de cerrar el paraguas en medio de la calle.
jueves, 11 de octubre de 2018
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