Rosario, 1° de Octubre de 2023
Querido y remoto amigo: Busco dentro de
mí un monasterio solitario. Necesito hallar en sus imaginadas paredes el
silencio necesario para poder responderte del modo más sabio posible.
Respiro, cierro los
ojos y hallo en mi laberinto mental el deseado monasterio que contiene en su
interior mi tan ansiado silencio. Franqueo sus devotas puertas. En ese preciso
instante todo se desvanece y vuelvo a encontrarme en mi gris existencia gracias
a dos palomas en celo que revolotean en el balcón buscando un lugar para hacer
un nido. ¡Justo en mi balcón! Dicen que
son boludas. Yo no lo creo. Las muy ladinas depositan ramitas sobre la butaca que
de chiquita usaba mi cuando viajábamos en el auto. Tengo la suerte de vivir en
un barrio lleno de fresnos amables y frondosos que podrían elegir a discreción,
pero eligen la butaca en desuso, que está en el balcón de MI casa y las
desgraciadas van y vienen llevando ramitas, revoloteando, yo ahuyentándolas y
buscando mil recursos para que NO vuelvan y sin embargo vuelven tenaces,
buscando cumplir su propósito reproductivo.
A la mierda todo,
el nido, las palomas, las ramitas y mis ganas de buscar un momento liviano
donde fluir en letras que deberían ir a tus ojos como una caricia, pero estas
interrupciones solo te propinarían cachetadas en sílabas.
Todo es cumpla de
la primavera. No sé por qué se conmemora el comienzo de la primavera. Para mi
esta estación no se celebra, se pasa como pasamos la nochebuena, la navidad y
el año nuevo. En esta estación todo se hormoniza. Todos quieren garchar con
todos. Una orgía total entre el reino animal vegetal y también el inorgánico. El polen, el viento, las palomas, los picnics,
los sanguchitos de miga con hormigas coloradas, el jugo de naranja diluido
volcado en el pasto. Todo entra en la mezcladora orgásmica de las flores, las
mariposas y, por supuesto las dos putas palomas que piquetean mi búsqueda de
serenidad. Odio la primavera.
Dejo que todo se
calme. Vuelvo a buscar en un imaginado lugar ese necesario silencio interior
que busco oler como un sahumerio importado de Varanasi. Siento que voy por el
camino correcto. Visualizo un enorme
Buda de piedra ubicado en un olvidado templo en algún lugar del Asia. Respiro
el aire húmedo y admiro el techo de esmeralda que me bendice con su fresca
sombra. Adopto la postura de medio loto y, sumergida mi mente en esa paz, mis
manos, en este lado corporal, comienza a garrapatear en blancas hojas la
respuesta que te merecés.
Empero, en el lado
mental, la rueda del dharma se rompe. El silencio, tan perdido y tan
recuperado, se astilla en mil pedazos filosos. El Buda imaginario abre los ojos
muerto de susto y se hace arena. Mi posición de medio loto se marchita por completo.
Mi yo entero nuevamente aquí, atascado, sin fluir y sin poderte responder.
Me trae de vuelta a
mi realidad sin luz un coro de libertad que atraviesa el balcón desde la otra
manzana, más precisamente, de la comisaría del barrio. Razones de política criminal
dispusieron que sus calabozos alojen a los presos evangélicos. Debo tomar nota
mental de no intentar buscar lugares imaginados entre las nueve y media y las
diez de la noche. A esa hora, de modo religioso y pertinente, los privados de
libertad se liberan de sus calabozos a través del canto y la alabanza al
todopoderoso. Lejos están esos cantos de los gregorianos y muy cerca de la
barra brava de Central Córdoba. Si la
ley del hombre los confinó a unos pocos metros cuadrados por sus pecados, Jesucristo
redentor los libera de todo límite para la eternidad postrera. Y ellos cantan a
todo pulmón felices y redimidos mientras yo puteo haberme ganado un coitus
interruptus en un sorteo en el
cual compré todos los números de perdedor.
No tengo por hoy más ganas de imaginarme un lar de paz buscando aquel
lugar donde cosechar frutos que no puedo sembrar. Discúlpame el ayuno que te
envío y el hambre con que te dejo. Prometo mejores banquetes.
Tuyo siempre.
Mariano