EL
CUADRADO MAGICO
El barrio de
Abasto es un cuadrado. Sus límites se encuentran bien definidos en el catastro
municipal.
Al norte limita
con el centro rosarino, un círculo del infierno que el Dante no contabilizó en
su Divina Comedia. Una hoguera de vanidades, bocinas y almas ahogadas en la
desesperación.
Al sur limita
con el barrio Hospitales. No se sabe si a partir de allí empieza el sur
profundo de la ciudad, o si el sur profundo es un poco más allá. Pero siempre
hay más sur para cualquier sur.
Hacia el oeste
limita con el Parque Independencia, esa jungla en decadencia, un pulmón citadino
con sus alvéolos cada vez más deteriorados donde la gente busca echar raíces
con los pies descalzos una tarde cualquiera.
El límite del
Este es complejo Desde hace añares y por motivos olvidados la gente de los
barrios de Abasto y de República de la Sexta viven en una tensa guerra fría.
Calle San Martín es un polvorín. En las viejas casas aún hay antiguos vecinos
pertrechados con bayonetas en las terrazas y, bien disimuladas, subsisten
viejas casamatas de hormigón que almacenan pólvora y cartuchos de dinamita
porque en cualquier momento estalla todo.
Pero veamos lo de
adentro.
Si tenemos la
dicha de morar en sus vericuetos el barrio se explicará en el día a día mostrándonos
una magia que está privada a los corazones de los ocasionales transeúntes que
pisan sus baldosas.
A poco de vivir
entre sus manzanas podrá advertirse que el tiempo fluye como cuando se vierte
la masa de una torta en un molde. En el ejido todo transcurre en cámara lenta.
Las ansiedades, las locuras y los apuros de todos se calman de tal manera que cada
vecino puede tomar los propios y los ajenos amorosamente sanarlos en una charla
en la vereda cebando mates eternos.
Cualquier vecino
del Abasto puede revivir sus anteriores presentes. Siempre pueden volver al
primer baile del Club Buen Orden, al primer beso en la Plaza Libertad, o a la vigesimosegunda
desilusión amorosa en antiguo Cine Sol de Mayo. Es común verlos meditando como
budas sentados en la vereda viviendo otra vez aquellos presentes todas las
veces que deseen.
Abasto tiene sus
atardeceres y sus lunas llenas patentadas. Fuera de los límites habrá otros
atardeceres, otras lunas llenas, pero que no son las mismas. Discernir tal
distingo lleva tiempo, quizás toda una vida viviendo aquí, o mudarse para
siempre a otro barrio. Juan Manuel, el poeta del barrio intento dijo sobre la
luna:
“La
luna pertenece a
los barrios donde se posa.
Aquí, la luna del Abasto.
Una luna china y fumona
que con rasposa resaca
aguarda un amanecer
de despedida y de tumba.”
En horas
tempranas, la gente barriendo la vereda son los verdaderos dueños del mundo. Al
alba, entre barrida y barrida, el vecindario más antiguo, en consejo de
escobas, deciden una guerra en los Balcanes, eligen los números del quini seis
o ejecutan el presupuesto nacional. Quizás estas líneas hayan sido decididas
ayer, a las seis y cuarto de la mañana entre dos vecinas de Pasco y Sarmiento
juntando flores de fresno a los primeros rayos del sol y otros tres vecinos de
Ocampo y Dorrego hayan decidido que estés leyendo estos secretos. Mañana, no lo
sé, podré contarte otros y tú leerlos.