Sólo puedo
decirte que la vida no vuelve atrás y que la mitad del mundo que conocemos es
sólo un invento del homo sapiens. Pero estamos acá Jerónimo, hoy es sábado, la
tarima sur te espera y sólo queda bailar sobre ella hasta el final. Mañana es
franco y el boyero no te espera a que lo corras.
¡Sólo
bailar Jerónimo! La tarima trema con tus mocasines y bailar no es un invento. Es
una necesidad que el alma olvida con el tiempo.
Por eso insisto Jerónimo, baila, que el resto
de los días vivimos entre las imaginerías que los homo sapiens fuimos
construyendo: Las horas, los jornales, el boyero y los recibos de sueldos, el
sudor de sol a sol y el atronador mugir de los terneros.
Por eso
insisto más Jerónimo, bailar es huir de lo que convinimos en creernos y
desaparecer en un ritual que es tan real como sincero. Es sábado, mañana no te
espera el boyero. Desaparece bailando Jerónimo. En esta tarima desaparecen los
inventos y surge lo que no puede imaginarse: el fuego del cuerpo que consume el
alma.
No hace
falta nada más. Bailar y bailar el ruido a lata y consumir el séptimo
regimiento en esa tarima que es una hoguera de leña en celo. Desaparece el mundo y sus inventos, y
apareces vos, Jerónimo. EL verdadero Jerónimo. No el esclavo del mundo que
imaginamos y convenimos creernos para dominar. Ahí estás vos, Jerónimo, real y
ardiendo, brillando y desapareciendo sobre esa tarima sur, que es tan real como
es tuya.
Mañana no
te espera el boyero que es único que te espera en ese mundo imaginado. Y mejor
que nadie te espere más. Hoy bailas y eres real, eres un fuego que se va
bailando en un cuartetazo que no cesa nunca.