jueves, 11 de octubre de 2018

EL MOMENTO JUSTO.


Para. Lo cierro. Mejor no. Miro el cielo. Todavía caen gotas, pero menos. O es el viento que sopla fuerte. Aún me mojo. Pero parece que para. Mejor lo dejo abierto. Miro el cordón de la vereda. Si, aún chispea. Mejor no lo cierro. Allá va uno que lo tiene abierto. Y allá va otro que también. Pero enfrente vienen cinco que lo tienen cerrado. Puta madre. ¿Qué hago? ¿Sigo bajo él o lo cierro? A ver si siento el golpeteo en la tela. No oigo bien. Hay mucho tráfico. Pero si, pareciera que oigo el tamborileo sobre la tela. Mejor mirar a la gente. Pero es difícil. La mitad anda así nomás pero los otros van guarecidos. El cielo está nublado y hay mucho viento. Si, es el viento. Sopla tan fuerte que pareciera que es mucho, pero tal vez esté parando y lo puedo cerrar, pero no estoy seguro. No se si el agua viene del cielo o de una canaleta rota o de un árbol sacudido y ahí la cosa cambia por que por ahí uno se siente como Moisés pero ni ahí. El entorno no me da ninguna pauta de qué hacer. Y sigo acá por las dudas y no tengo ganas de arriesgar. La primavera es adolescente, llena de conflictos y todo lo contamina. Tal vez si fuera pegado a la pared estarÍa más amparado de la indecisión. Pero la experiencia me dijo que nada asegura la indemnidad ni la sequía. Mejor seguir por acá. Veo gente correr. No sé por qué la gente corre bajo la lluvia si igual se va a mojar y se va a mojar más. Me parecen bastante pelotudos. Me doy cuenta que ya estoy llegando. Es al pedo. Uno nunca sabe cuándo es el momento justo de cerrar el paraguas en medio de la calle.

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