sábado, 3 de noviembre de 2012

LA CIRCUNSTANCIA DE LOS HECHOS

Esta mañana amanecí sobresaltado. Me habían robado la bici a la salida del trabajo. Mas como me hallaba tirado en un colchón, con la vista herida por los rayos del sol que se colaban por los resquicios de la persiana y arremolinado en sábanas, circunstancias a la cual, si agregamos que ese día no trabajaba y que el día anterior no había ido al trabajo en la bicicleta, pensé que el robo, más bien, el hurto, no había pasado de un simple sueño poco agradable. Mis dos días siguientes siguieron sin mayores sobresaltos ni cuestiones delictivas u oníricas que haya que contar. Vuelvo a Rosario el lunes a la madrugada, entro a mi casa y noto que la bicicleta no estaba. La había dejado adentro del departamento la última vez que la había usado. La puerta del departamento no estaba ni abierta ni forzada. Todo me parecía algo extraño y fantasmal. Esa noche no soñé pero tampoco dormí y mucho menos estaba muy tranquilo que digamos. Empero la rutina no hace mucho caso de extrañas circunstancias paranormales y no justifica eventuales ausencias laborales que justifican descuentos de haberes. Intrigado, sin dormir, y dubitativo, me fui trabajar sin dejar de pensar en qué había sido de mi vieja y cachuza bicicleta. Tomé el colectivo hacia mi trabajo, camino las dos cuadras que distan desde la parada hasta la entrada y allí, antes de entrar al tedio remunerado de seis horas diarias miro, como buscándola, el bicicletero donde cada día la dejaba. No solo no estaba mi bicicleta sino que tampoco había ninguna bicicleta ese lunes. Lo que diviso, tirado en el el suelo era otra cosa, algo que sí conocía perfectamente, el candado y la cadena cortada de MI bicicleta. Pero ¿Era el mío? Si la había dejado adentro de mi casa la última vez que la usé y sonámbulo no soy. Una pesada gota de sudor y revelación corrió por mi patilla izquierda. ¿Será este el candado de mi bicicleta? Pero ¿Cómo llegó hasta acá y siendo así como fue que me la robaron? Decidí hacer la prueba, puse la llave en el candado, la giré y el candado hizo un magiclick y se abrió con ese dulce ruido que tanto poder nos hace sentir, ese poder de sentirnos amos y señores de una libertad. Miré el aire fresco del día, el resto de los empleados corriendo en tropel a marcar la tarjeta, y todo me parecía lento y mágico a la vez. Me habían robado la bicicleta, en mi sueño, algún wachiturro me la había robado justo el día que soñé que había ido a trabajar. Ese día marqué cinco minutos después de las siete, pero todo me había cerrado perfectamente. No decidí hacer la denuncia todavía.

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