Lord Marianus, tomando un cortado en el barcito de la facultad, mira la lluvia e inspirado elabora esta construcción gramatical:
“Bella lluvia, cabellera cristalina de una dama gris que se derrama tenuemente sacudida por los caprichos de Eolo sobre todas las cosas. Reciben tu caricia los carcomidos tejados, las copas de los árboles en vísperas del otoño melancólico que llega en cuentagotas a nuestro hemisferio. Adoraría poder conversar contigo, perderme en tu fonética de truenos y goteos, en tus nubosas oraciones que se van a un universo paralelo a seguir embelleciendo la tierra reseca y anhelante de su presencia perfumada de húmedos bálsamos. Ah, querer ir, quererte ir y seguirte como si fuera un peregrino fiel de tu gloria…”
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Lord Marianus saliendo de la facultad, sin paraguas, sorprendido por un feroz chaparrón:
“La puta madre lluvia de mierda ¡Justo ahora que ando sin paraguas! Que pare de una buena vez que estoy podrido de este clima malparido. Nubes trolas, vayan a llover a las praderas de Belcebú. San Pedro metete las gotas en el orto vos y todos tus querubines. ¡Todo mojado, me cacho en dié, encima la ropa del laburo! ¡Pisé una baldosa floja y la remilputacarajoconchadelaloradetodaslaslluviasdelorrrrrrrrrrrrrto! BASTA DE LLUVIAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA