martes, 28 de diciembre de 2010

LA ORILLA

En aquel entonces la ciudad tuvo un desplazamiento hacia el sur, sea que haya huido despavorida por las lanzas de la barbarie, sea que haya sido llamada por la civilización del riel ha resultado que lo que ayer era el centro del casco urbano hoy en día sea, opuestamente, una longitudinal periferia que se arrastra hacia el norte como un venablo de urbanización que le muerde las orillas al río Salado. Vestigios de aquel primer asentamiento de gringos por esos lares son esas carcomidas casas de época decimonónica que se vislumbran a los costados de los caminos de ripio, no es extraño ver una de estas construcciones ladeando una fabrica de ladrillos o un potrero donde aún pastan vacas ajenas al fundamentalismo del poroto de soja. El resto de las casas destacan por su simple y precario, sin abundamiento de detalles lujosos. Carencia de desagües vislumbradas por las cunetas cubiertas de sorgo de alepo y gramillas. Canillas comunitarias cada cincuenta metros y alumbrado de lamparitas de 200 w en la cuadra, si es que nadie las apagó de un hondazo.

Tal es el barrio La Orilla en Esperanza.

Es el barrio mas populoso de Esperanza, el elegido por los diarios para rellenar sus columnas policiales. El barrio que usan los patriarcas esperancinos para denotar denominación de origen: "es de la Orilla", "Los negros de la Orilla". El barrio que simboliza - para los que forjan los símbolos y los que no dudan de ellos - la marginalidad, lo populachero, la periferia, lo anti y lo contra de lo que los símbolos entronizan. La Orilla, margen de una ciudad, barrio donde se fundó la misma urbe que hoy la margina a orillas de exclusión y olvido.

Algún vaticinio he visto un domingo bajo el tórrido sol de este verano averno pululando en esas calles viciadas de un tajante mix de polvareda, basura incinerada y pastizal herido de guadaña. Fue quizás presumirlo en ver a toda esa familia jugando al fútbol en el patio de sus casas, madres, padres, abuelos, hijos nietos y cuñados, un equipo de veinte contra veinte. Fue adivinarlo en ese desdentado abuelo escupiendo tereré en el piso de tierra, fue ver esos diez o veinte compartiendo un pan dulce y una sidra, en ver a esos quinceañeros desvirgándose en la alfalfa o a esa vieja enseñando gualichos y abrecaminos a esa vecina divorciada para vengarse de turro ese que la hizo cornudo. Lo he podido oír en el cana que canjeaba una piedra por una libertad condicional y en el comisario que tenía como elemento de prueba a un papagayo que repetía las amenazas de un prófugo de abigeato que andaba por el Paraguay. A todos ellos los vi avanzar montados en un corcel de ira enfilando hacia el sur, como aquellos antiguos dueños de las flechas que alguna vez hicieron rajar al gringo primigenio, pero avanzarán a reventar a pura reivindicación a los forjadores de símbolos, a destruir los simbolos que los hostigan, irán como hormigas infernales, como gurkas marabuntas, a despellejar al gringo que olvidó que todo origen viene del mismo barrio, del mismo barro, y que el barro abunda en La Orilla.

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