domingo, 24 de octubre de 2010

UNA NOCHE DE SALIDA... (version abreviada y fundante de un cuento novelado)

¡Qué estúpida que se veía con el berimbau! Estoy plenamente convencido de que sólo quería llamar la atención. Que no me venga con historias de rituales a la orilla del río para favorecer la fecundidad de los sábalos ante la terrible depredación de la logia de pescadores del Paraná. Ni tampoco con rememoraciones de olvidadas alegorías de nuestros aborígenes. ¡Y mucho menos con clases de capoeira! Esa imbécil portaba el berimbau en medio del boliche para que todos la miremos. El glamour tiene esta clase de paroxismos que bien puede tocar lo bajo. Nuestra falta de esencia la suplimos con toneladas de excrescencia diseminadas por nuestro cuerpo. Esta loca era un excremento. Esa fue la primera reflexión que tendría en esta noche de salida con mis amigos, solo la primera....

Acto seguido de esta conjetura procedimos a sumergirnos en los vapores ligeros y difusos de la noche, en la enmascarada conjugación mística de la negrura y el misterio, en las luces cortantes como saetas, en el sonido chirriante del alma violenta, empezamos a gritarnos para entendernos, usamos nuestros ojos para matar y nos mataban porque no había ojos que nos matasen. Nuestros tragos largos eran una incitación a la apertura de nuestro espíritu guerrero, una flagelación a la timidez, un olvido del presente, un rapto fugaz a la razón, empezamos a darle sin asco al vodka ¡Y que sea lo que Dios quiera! Creo que ni Dios sabe lo que querría de nosotros en este momento.

Por mi parte mis dientes rechinaban ante la caca de mujer que portaba el berimbau, no podía no obviarla. Nunca tuve semejante pensamiento escatológico respecto de un ser humano, pero era lo único que esa falsa hippie me podía inspirar. Al fin, se fue, como se van todas las cosas y seguramente como todas las cosas volverá en algún momento. Los momentos son como la famosa víbora que se come su propia cola, se alimentan de sí mismos, están hechos de eterno fin y eterno retorno, son la síntesis de semejanzas y diferencias y por eso son únicos, pero diferentes a sus antecesores. De estas deducciones concluí que la mujer – caca volvería en otro momento como ya he dicho, pero sin el berimbau, lo cual me preocupó, llevándome a conjeturar las infinitas posibilidades que tendría a su mano para llamar la atención en otra no tan lejana noche. ¿Traería acaso una pandereta como collar? ¿Un violín como mochila? Estos delirios solo lograban que echara a perder el intenso frío de mi vaso, mis dedos goteaban el sudor del cristalino plástico, me llevé dos dedos a la frente, no para tenerlos, sino para enfriarme un poco. Es muy loco querer tener conciencia y locura al mismo tiempo en esta noche calurosa, húmeda, jocosa, que es un frasco de higos en almíbar, atrayente, alimenticia, mis amigos y yo somos niños golosos de sexo húmedo, faunos tocando las flautas de éxtasis, nos mataremos de locura por vivirla hasta que el astro rey tiña de dorados filamentos incorpóreos la materia circundante.

Ya trastocados de un modo más que inusual nos zambullimos en ese mar de cuerpos benditos, miramos a todos lados, yo pensaba en ese asqueroso berimbau (no me lo podía sacar de mi cabeza), nunca más desubicado, me acordé se Naná Vasconcelos, ¡que fuera de lugar estaría aquí! Tantas mujeres, tan lejanas, necesitábamos combustibles varios para llegar a ellas, pedimos más vodka, nos encendimos como antorchas de fuego sacro, ya estábamos para el chaleco de fuerza, cualquier bicho sería bueno para consolarnos en este zoológico musical. Era la hora del vuelo de buitres (nosotros) sobre la carroña (ellas).

El boliche parecía un casamiento, la pista era un crisol de edades variadas, los padres con los hijos (me consta) bailando los Bee gees. (¡qué putos!) las tetas de una vieja nos sacó, aún más, de quicio, fuimos bien al ladito para verla mejor y nos regocijamos en su seno, como debía ser, empezamos a bailar, como no es nuestro estilo, era un síntoma, una señal, el alcohol tomó posesión de nuestras dendritas, era ya el dueño absoluto de nuestra carne, de nuestras dormidas almas, un duende perverso que recoge los hongos delirantes de nuestros ensueños y los pone en escabeche para sus festines morbosos.

Ibamos eliminando nuestras posibles víctimas con juicios tajantes y con argumentos del mismo tenor, (ninguna nos daria bola, es una histérica, es cualquiera, es horrible, etc). Ese es nuestro problema, somos demasiado histéricos, no damos bola, (pero no somos cualquiera ni somos horribles). Continuamos dando vueltas y más vueltas en derredor, mirando, mirando y mirando, nos reíamos con los casos particulares que suelen acudir infaltablemente, son los bufones, los arlequines, los clowns, los hazmerreír, los cualquiercosa, entidades que surgen de conjugaciones de hábitos y factores sociales abyectos, seres humanos que cualquier censo nacional de población dejaría de lado por absurdo e inclasificable, allí estaban, más borrachos que nosotros, con el alma anulada, bailando su propio ruido, transpirados a mansalva, gritando consignas revolucionarias (armar la lucha, organizar la resistencia, ni olvido ni perdon), algunos tenían un tatuaje del Partido Obrero en su omoplato, había otro que le hablaba a una chica y se jactaba de haber presidido las reuniones de la agrupación “Quebracho” (juraría que era el hermano de Robinson Crusoe), otro hablaba de lo buena que estaba la música de Tito Puente, etc. ¡En que estado estaban y con qué coraje balbuceaban esas consignas políticas!

Como paradoja, este lugar es una maqueta de la sociedad de consumo en todo su esplendor, el concepto del materialismo materializado por doquier, por un momento pensé en ese instante si no somos como tristes latas de conserva en una góndola en esta pista de baile, quizás tengamos un precio conveniente establecido por el libre juego de la oferta y la demanda (¿libre juego?) si acaso estamos devaluados, si somos importados o no, (si acaso tenemos importancia), alguien nos compraría solo si satisfacemos alguna necesidad, pero con nuestra borrachera ¿qué expectativa podríamos saciar? Realmente me sentí sin alma en ese momento, una parrilla ansiosa de carne que calentar, ¿dónde quedé yo mismo? ¿me estoy divirtiendo? ¿es esto la diversión?, me apoyé contra la pared, me sentí un objeto de lástima, un vómito de la moral humana, me estaba traicionando (¡y cuantas noches habrá sido así!) mi persona había sido usurpada por la falsedad misma, mis principios anulados, supe así lo que significa ser un despojo de la lástima ajena. Si me vieran, ¡oh Dios!, si me vieran, no lo creerían, y acaso pensarían en dejarme de lado y acusarme de violador del sentido común que debería iluminar el espíritu de todos los hombres sobre la faz de la tierra, de este a oeste, de norte a sur, de lo alto a lo bajo, del infinito a la nada, y mas aún que un violador, un asesino de la evolución de la especie humana, del avance de las filosofías... todos estos hondos pensamientos torturaban mis sienes, estuve así un ratito más, y volví a la joda con mis amigos.

Cerca del amanecer empezó algún leve tumulto en la montonera, un agitar nervioso de manos en el aire viciado de la pista, una gritería confusa, el discjockey llamando con tono de alarmado a seguridad de modo airadamente insistente, eran diez, veinte, todos, nadie, nunca lo sabré, los chicos y yo seguíamos ahí, en el rincón de siempre, empuñando una repugnante transparencia aguachenta, mirábamos el piso de madera, una superficie atestada de envases vacíos, vasos rotos, hielos peligrosos, todo tipo de bebidas derramadas, prendas de vestir apiladas en cualquier lugar, por allí veía un desdichado desparramado en una de las mesas, varias parejas de fogosos y exultantes amantes prodigándose besos en toda piel expuesta a la intemperie, los envidiábamos, (¡por mil demonios!), pensaba, y seguro que pensábamos, el dulce momento del gran desquite, donde los roles serían los opuestos, puesto que “quien ríe último, ríe mejor”, ese era nuestro alivio. Pero la pelea continuaba, el tumulto era una masa informe de dementes sin chaleco de fuerza, un gordo colorado de furia se arrancó la camisa escocesa y se abalanzó sobre un grupito de rolingas que estaban mangueando cerveza a cuanta persona la tuviera, llevaban puesta la remera de Viejas Locas, los tiró al suelo a todos y paró en un asientito de la barra toda su humanidad, parecía una bailarina de cajita de música con problemas hormonales, contó hasta tres y se arrojó sobre ellos, de más está decir como pasaron de ser odiosos mangueros a ser alfombrado de la pista. Un fanático del Che Guevara clamaba a organizar la lucha y armar la resistencia (tal como lo adelantaba anteriormente), fue desmayado de un botellazo por la moza de la barra, que a su vez fue noqueada por un hielazo de desconocida trayectoria, algunos memoriosos indican que vieron surcar el susodicho pedazote en medio del patio, otros aseguran que rebotó en las paletas de uno de los ventiladores de techo y hasta algunos hablaban de un borracho enojado porque su ginebra estaba adulterada con agua (nosotros ya estabamos pensando en hacerlo por el mismo motivo). Sea lo que haya sido, la pobre (no tan pobre) moza se desplomó sobre la vitrina donde estaban todas las bebidas espirituosas que también se desplomaron con estrépito en el suelo y sobre el delgado cuerpo de la desdichada, la última botella que terminó de caer sobre su cabeza era la de un enorme champagne de cinco litros. La botella de ron explotó sobre el motor de la heladera, en pocos minutos todo ardió en la barra. Los golpes iban y venían, el gordo estaba tirado en el suelo terminando su rolincidio mientras tres mujeres fanáticas de Los Vándalos (banda de culto de Rosario) le clavaban las tachas de las pulseras en la panza y le escupían en la boca. Un cuzco que merodeaba por el patio mordía el tobillo de un hippie que andaba vendiendo chafalonerías a las damiselas en estado de ebriedad. El borracho que estaba desparramado en la barra se puso a orinar en la pierna de su vecino confundiéndolo con un poste de luz.

Nosotros seguíamos ahí, donde siempre, las llamas ya habían llegado hasta el cubil del sonidista, el globo terráqueo que adorna la entrada se precipitó impiadosamente sobre el cuidador de autos. Ante semejante cuadro decidimos no tomar más, acá ya no podía pasar más nada por esta noche, las minas estaban en la suya, cantándose a palos, arrancándose los pelos, los que estaban besándose se fueron urgente, los pocos sobrios (uno o dos) apenas vieron al gordo subirse al banquito rajaron como si el diablo quisiera tener relaciones carnales con ellos. Decidimos huir antes de que las cosas se pusieran más arduas, el ventilador de techo cayó encima de un cancherito que se había sacado el cinto para azuzar a las minas que torturaban al obeso (después me enteré que era el tío del gordo), su cabeza rodó por el piso y fue a para cerca del perro que bajó las escaleras llevándosela a la calle. El pobre hippie estaba rociándose la herida con una botella de Chivas que estaba a su alcance. Largaba espuma por la boca mientras cantaba el estribillo de “I am the walrus” de Los Beatles. Las seudo – artesanías se las llevó el dueño del boliche para comenzar a venderlas puesto que iba a ser el único modo de subsistir a partir de ahora....

Al fin, ignoramos de qué modo logramos sortear con éxito esta odisea infernal, el calor, el humo, el olor a alcohol, las llamas, la sangre, era nuestro querido boliche una maqueta en tamaño natural del trono de Satanás (otra maqueta más), creo que he visto su sombra proyectada en la pared, otrora blanca, siento en mis fosas nasales su olor a macho cabrio, veo con mis ojos barritas de azufre en las escalinatas de la escalera, veo las pezuñas todavía humeantes en el piso de parqué. El perro estaba debajo de la mesa del pool lamiendo la nariz de la cabeza. Por fin llegamos a la puerta de salida, decidí dar una última mirada hacia atrás, vi las escaleras por última vez, a una rubia que venía bajándolas le estrellaron un mingitorio en su testa. Arriba, sonaba la última canción que acaso sonaría en la pista, era “La montaña” del Flaco, los cimientos temblaron, toda la parte superior del edificio se desplomó, terminamos de cruzar la salida, gracias a no se qué cosa nos salvamos, en el puesto de panchos de la esquina, estaban los recolectores de basura leyendo “La Capital” bien piolas, no se habian dado cuenta de nada. Aún tenía el vaso en mi mano, lo tiré al cordón de la vereda, lo mismo hicieron los chicos. El caso es que los recolectores de basura sí se dieron cuenta de la mugre que hicimos tirando los vasos en el lugar que ellos habían limpiado. Nos gritaron ¡EHHHHH! ¡¡¡¡QUE ESTAN HACIENDO!!!! y se nos vinieron al humo. No tuvimos tiempo de reaccionar, nos desfiguraron a puñetes. Hoy estoy aquí, en mi casa, recién vengo de la guardia del hospital, tengo muchos moretones, que se la a hacer.... nada es perfecto.

23/02/03

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