jueves, 3 de septiembre de 2009

BARRIENDO PEDAZOS DE UN DÍA



Inspirado en el cuento "Vueltas nocturnas" de Truman Capote, que es parte de su libro "Música para camaleones"


Esta noche mi alma tiene silencio de monasterio y mis verbos carecen de un campanario mediante el cual puedan anunciarse a los cuatro vientos para llegar a los hombres. Un denso humo de pasto quemado apesta todo a mi alrededor. Es un humo que viene de las islas que están más allá del río Paraná, cubriendo la ciudad con una sábana de hollín. Desde mi balcón pueden divisarse contados rubíes burbujeantes que son en realidad fogatas fastuosas y soberbias, madres prolíficas y generosas que regalan a los habitantes de Rosario sus hijos de humo y cenizas.

Es de esta manera en la cual me hallo, con olor a humo y envuelto en papeles diversos, papel de silencio, papel de humo, papel de soledad, amarrado con hilos de recuerdos, hilos de sueños nocturnos, hilos de presentes y ensueños de un futuro contingente. Envuelto en todos esos hilos voy escribiendo y escribiendo, hallando tranquilamente una salida silenciosa a todas las cosas que me tocan sentir, que siento como un deber decírmelos a mí mismo, frente a frente, acorralándome en un rincón para arrancarme mi más tremenda confesión. Pero otra vez caigo para volver a seguir escribiendo tranquilamente.

Mi ángel de la guarda se quedó a dormir esta noche en mi casa, no se sentía muy bien, algunos peligros que pasé lo dejaron muy agotado como para poder elevarse e irse con Dios. Así que esta noche seré yo quien cuide de su pellejo. El atorrante, ni bien apoyó la cabeza en el sofá quedó tan perfectamente planchado como mis camisas. No me desespero, dado que ni trabajo no será mucho, el barrio es tranquilo, sólo algunos borrachos merodean haciendo uno que otro escándalo de vez en cuando. Por suerte, no subirán a mi sexto piso ni al séptimo y dantesco cielo de nuestro Señor. Trato de no hacer mucho ruido con la lapicera... es que me gusta enamorarme de este silencio, conjugarme con él, hacerle el amor infinitamente hasta hacerle parir más silencio aún. Mi marcianito verde, que yo ahorqué por puro placer, me mira sin entender nada, lo miro un poco más y sigo escribiendo hasta olvidarlo por completo.

El humo ocre sigue infestando el aire, que ya de por sí no es puro. Me detengo un momento a pensar que más puedo poner, golpeo la mesa con la lapicera, mi ángel sigue durmiendo y al verlo así me doy cuenta que tal vez yo sea muy descuidado, o quizás tenga una estrella que me carga de acechanzas.

Son demasiadas dudas, la noche se cae a pedazos, la ciudad apesta más y más. El calor también sofoca el ambiente y nos roba el oxígeno, éstas son unas pocas certezas.

Ahora me está envolviendo el sueño, debe ser el mismo que derribó las fuerzas de mi dormido guardián. Sólo ruego a Dios que el sueño de esta noche no me traiga visiones de amores y lejanías mezcla-dos con las cosas cotidianas. Todo este día tuve mi cabeza ocupada en una no tan extraña asociación de la ciudad de Ushuaia con una chica que nunca olvido, el punto en común es: ambas están lejanas y ambas pueden ser frías. Las asocié en un sueño que ocupó las reflexiones que tuve durante todo este día que ya muere y ocupa ahora estas líneas que escribo bajo esta negrura agrietada y adornada de astros, una negrura que se cae y se cae como una brea espesa sobre las luces de la urbe.

Y yo en estas cuatro desaliñadas paredes, tocando unas campanas que están más mudas que nunca, estoy haciendo de ángel, de mi propio ángel guardián y de sumisa ama de casa que barre pedazos de un día que se muere.

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